domingo, 6 de enero de 2013

Una memoria propia, de Juan Antonio Gallardo Valenzuela. El libro que habla de la Ermita de Villajoyosa.



En cierta ocasión alguien me dijo que era de justicia que yo devolviera a mi tierra algo de lo que ella me había dado a mí. No hice mucho caso de aquella conversación, pero con el tiempo me di cuenta de que esta persona tenía razón; y aquellas palabras se convirtieron en una obligación moral que me apremiaba.

No puedo cuantificar lo que yo debo a mi patria de La Ermita de Villajoyosa (Alicante), por lo que tiene de espiritual. Pero a sabiendas de que no lograré nunca satisfacer la deuda que tengo con mi lugar de origen, me propongo aquí hacer un pequeño homenaje que ayude a contribuir al conocimiento de la historia del mismo, lugar que podría ser calificado como cuna de sabiduría, y de personas que pertenecen al elenco de aquellos que han hecho grande a España, jalonando los tiempos con el ejemplo de sus vidas. 

Es verdad que todo lo debo a esta mi patria que es L´Ermita de San Antoni. En este precioso y pacífico lugar me crié y crecí desde niño, en él me educaron las personas que imprimieron en mí una huella que ha permanecido indeleble hasta el día de hoy, a saber: mi abuela Francisca Pérez Llinares (Paca La Flor), y mi madre Francisca Isabel Valenzuela Pérez, incansables trabajadoras y generosas hasta el extremo; mi abuelo, Joaquín Valenzuela Esquerdo (El Pachell), el hombre más valiente que he conocido; mi tía Vicenta Martínez, la primera persona que me habló de Dios; Socorro Fuster, la mujer entregada, fuerte y humilde. Y el Rvdo. Don Francisco Bolufer, a quien debo mi forma mentis

Es, pues, este pequeño trabajo escrito, una obligación para con Villajoyosa, pero también una necesidad personal de hacer memoria de mis propias raíces, por la natural inclinación que tiene el ser humano de buscar y contemplar la verdad, el bien y la belleza.  Es propio del espíritu humano preguntarse por la realidad que le rodea, por la causa de las cosas, del mundo, de la propia vida y de los acontecimientos. Por eso, la pregunta sobre el propio origen histórico es consustancial a la naturaleza humana. El hombre es un ser histórico.

La persona quiere saber; precisamente con esta advertencia comienza Aristóteles su Metafísica: «Todos los hombres por naturaleza desean saber».

Y este deseo de sabiduría no se resarce con cualquier conocimiento. La sabiduría a la que se refiere el gran filósofo estagirita es aquella que descubre la causa de las cosas. El ejercicio de la memoria, de la historia, tiene un doble origen: por un lado, existe en el hombre esta natural inclinación a preguntarse por la causa de cuanto le rodea; por ello intenta hallar una respuesta a su propia existencia, también por medio del estudio de los acontecimientos que han configurado el mundo tal cual es hoy.
Pero además, esta tendencia del hombre a preguntarse por la causa de las cosas está unida a su deseo de retener para sí los acontecimientos, en los cuales él mismo se ve reflejado, y haciéndolos memoria, los convierte en eternos; pues el hombre tiene inscrito en su corazón el deseo de eternidad, y por ende de felicidad absoluta.

En efecto, el hombre siempre busca la felicidad absoluta. Desde que nace hasta que se va de este mundo; todo lo que hace, lo hace para ser feliz. Por eso Santo Tomás de Aquino nos recuerda que«Todas las ciencias y artes se ordenan a algo uno, esto es, la perfección del hombre que es su felicidad».

¡Cuántos nos han precedido en este camino hacia la felicidad! ¡Cuántos anduvieron los mismos caminos que nosotros, frecuentaron los mismos lugares y tomaron en sus manos las mismas piedras que hoy sujetan las paredes de iglesias, puentes, y hasta de nuestras propias casas! Nuestros antepasados nacieron, vivieron con anhelos e ilusiones, tuvieron proyectos, alegrías y penas, y se marcharon. ¿Qué ha sido de ellos? ¿Todo lo que hicieron fue en vano? ¿No es acaso un deber de justicia hacer memoria de sus vidas, de cuanto hicieron bueno? No hacerse estas preguntas y no tratar de responderlas es lo mismo que renunciar a encontrar el sentido a nuestra propia vida. Una sociedad que ignora su pasado, «provoca en la persona la pérdida de su identidad»
. Se concluye lógicamente que no es posible considerar el devenir histórico desde el punto de vista del historicismo modernista.

El trabajo de la Historia estriba, pues, en evitar la ablatio memoriae (ablación de la memoria), para que la persona tenga siempre presente de dónde viene, dónde se encuentra, y hacia dónde va. Desde esta perspectiva, ya no se puede entender la Historia como mero relato de hechos y fechas aislados y asépticos. 

Como vemos, la Historia, en este dinamismo de la memoria, contribuye a impulsarnos hacia el futuro. Desde la memoria de nuestras raíces, −memoria que sana y reconcilia, porque pone al hombre en contacto con aquello que él mismo es− ya no hay lugar para la desesperanza, ni para el miedo al futuro.

No tiene sentido hacer memoria por simple erudición. La verdadera memoria “es aquella que hace memoria”, que se transmite a las generaciones. Memoria y tradición van intrínsecamente unidas (de ahí viene la palabra tradición, detraditio, entregar).

Con estas motivaciones he escrito yo este pequeño homenaje a mi tierra. No encontrará el historiador experimentado en este trabajo una investigación excesivamente heurística y erudita, sino la historia de La Ermita de San Antonio contada con sencillez; he aquí su leitmotiv. Claro está que no falta la necesaria referencia a documentos que refrendan lo que se dice.

Este pequeño trabajo tiene su origen embrionario en artículos que escribí en la Revista de Festes de Sant Miquel de La Ermita de Villajoyosa, en investigaciones personales, en multitud de documentos archivados y ocultos bajo el polvo, cartas, etc., y −como he dicho− en una acuciante necesidad personal. 

Al final la elaboración de redacción fue más costosa de lo que esperaba, pues no existe estudio sistemático alguno, realizado con anterioridad, cuyo objeto sea la historia de La Ermita, que me haya podido servir de referencia.  

Mi estudio se ha centrado en la investigación de documentos de origen eclesiástico, libros parroquiales, libros de la santa visita, cartas, constituciones, etc., pero en un segundo momento he ampliado los horizontes de la investigación para contextualizar los hechos a los que hago referencia, echando mano de los necesarios datos de origen laico. No me extiendo demasiado en este punto, puesto que me satisfizo la documentación eclesiástica que ya tenía. Y es que los orígenes del templo (ermita) de San Antonio Abad, su fábrica, administración, el cuidado pastoral de las almas de las gentes de la Huerta de Villajoyosa, es la historia viva de este pueblo. Es por ello que la historia de la parroquia ocupa un lugar central en la presente obra.

He tenido la enorme suerte de contar con documentos escritos, que ni están catalogados, ni han sido objeto de estudio antes. Asimismo, he sido muy afortunado al haber conocido personalmente a algunos de los testigos directos de acontecimientos que se narran aquí. Por ello, los testimonios orales han sido fundamentales para escribir este libro. 

Cuando hube terminado de escribir un primer borrador del presente, quedó éste guardado con alguna nota manuscrita a parte, en el fondo de un cajón de escritorio, donde permaneció unos siete años. Lo presento algo retocado ahora, con la esperanza de que sirva para dar a conocer una historia tan rica, y de motivación para ulteriores estudios sobre La Ermita de San Antonio Abad, de Villajoyosa.

¿Por qué el título Una memoria propia? No quiero decir que otros lugares del municipio de Villajoyosa no tengan una historia propia, eso sería absurdo. Pero sí he querido resaltar este aspecto singular en el caso del barrio de La Ermita, por la profundidad de sus raíces históricas.

Todos somos herederos de una historia concreta; pertenecemos a una tierra, no porque lo hayamos elegido, sino porque se nos ha dado. Nuestra naturaleza y la de nuestra tierra, en su causa más profunda se identifican.

Sin historia ni tradiciones, sin el Cristianismo, no nos podemos comprender a nosotros mismos, ni tampoco caminar hacia el futuro; porque el futuro no se construye desde la nada. La nada, nada produce. Pertenecer a una tierra y no conocer sus orígenes históricos, es como pertenecer a una familia y no saber quiénes son los propios padres.

La historia del barrio de La Ermita de San Antonio Abad y de su Parroquia, es tan profunda y rica que podría decirse que se trata de un caso particular. Las raíces históricas del lugar se encuentran interaccionadas de forma tal que no es posible comprender el devenir de los acontecimientos si hacer referencia a la ciudad de Villajoyosa, a sus parroquias principales, a la historia de la Marina Baixa, a la historia de la Provincia Agustiniana de la Corona de Aragón, etc. Por ello sería incorrecto pretender comprender la historia de Villajoyosa sin hacer referencia a la “Huerta de Arriba”.

En la presente obra, recorreremos, aunque de forma somera, las diversas etapas históricas que han configurado el Barrio como tal. El capítulo primero nos dará cuenta de la antigüedad de este lugar, señalando que los primeros vestigios de asentamientos humanos se remontan a la Edad de Bronce, pasando por la época romana. Dando noticia de todo esto, recorreremos los siglos VIII-XIII, para rememorar −entre conquistas, moros, y piratas− las gestas de Jaime I y Jaime II. ¿Qué pasó en La Ermita durante este periodo? ¿Vivía alguien allí? ¿Qué tiene que ver San Antonio Abad en todo esto?

En el capítulo segundo abordaremos uno de los acontecimientos que deben ser tenidos como piedra miliar en la historia de Villajoyosa: el permiso de feria de 1533.

Con el siglo XVII llegaron a Villajoyosa los frailes agustinos y con ellos una gestión más eficiente en las obras de caridad y en las haciendas de la Iglesia, entre las que estaba la ermita de San Antonio Abad. De esta interesantísima etapa queda mucha documentación, cuyo estudio hemos abordado desde los datos aportados por el Dr. Ernesto Zaragoza. Además, la presencia de los frailes en Villajoyosa dejará toda una estela de personas cuya memoria se halla hoy muy descuidada.

Analizar las necesidades religiosas de un lugar a lo largo de los siglos es camino de una investigación histórica segura, ya que los datos aportados dan pista de la economía y crecimiento de una ciudad, de la calidad de sus gobernantes, etc. La documentación eclesiástica a nuestro alcance, ha permitido trazar una panorámica que va desde los siglos XVIII al XX, con noticias curiosas de La Ermita de las que damos cuenta en el capítulo cuarto.

La Ermita ha dado ejemplo de grandeza en las empresas comunes; en 1913 los habitantes de este barrio, por encima de toda división política, unieron todas sus fuerzas para construir un campanario para su antigua ermita. En el capítulo quinto veremos el proceso de construcción y quiénes fueron sus protagonistas.

En el capítulo sexto nos aproximamos a uno de los episodios más dolorosos de la historia de España en el siglo XX: la Guerra Civil de 1936.

A lo largo de esta obra el nombre del barrio y del templo, a los que hacemos referencia, se confunden, ya que la palabra ermita es utilizada como topónimo (en mayúscula “La Ermita”), y como un simple sustantivo (en minúscula “ermita”). Esto debe su explicación a que hasta 1953, en Villajoyosa, la palabra “ermita” sintetizaba a un tiempo los nombres de un barrio y un templo, ya que éste último era erigido a la categoría de parroquia. Por eso, podemos decir que el capítulo séptimo trata también sobre el nombre del Barrio de La Ermita de San Antonio Abad.

Sin la documentación eclesiástica, fuente principal de información de la que nos hemos valido, sería imposible el estudio de la historia de La Ermita. Uno de los principales tipos de documento de los que nos hemos valido es el de las Santas Visitas (visitas pastorales). Por ello, en el capítulo octavo, explicaremos en qué consiste una de estas “visitas”, tomando como ejemplo la que tuvo lugar en 1966.

El capítulo noveno quiere hacer algo de justicia a algunas de las personas que se han ganado un puesto en la historia de La Ermita, y de toda Villajoyosa, por la trayectoria de sus vidas. Aunque son más las personalidades que deberían ser puestas aquí, tomamos como paradigma a unas cuantas que, consideramos, recogen las virtudes fundamentales que han sobresalido en los grandes hombres de sangre vilera. Es intención del autor abordar un estudio biográfico más amplio en el futuro.

No quiere ser este ensayo una exaltación localista, en lo que a lo telúrico se refiere. Esto sería un objetivo muy pobre, para el que no merece la pena desperdiciar ni una gota de tinta. La historia de Villajoyosa tiene unos sólidos fundamentos asentados en el Cristianismo; por eso su historia, por lo que tiene de universal, deja de ser la de un lugar aislado, para convertirse en lo que es: parte de la Historia de España.

Como español y valenciano, me siento orgulloso del lugar donde nací. Amo a mi tierra y a mi gente, y por ello ofrezco este pequeño tributo.

No por casualidad me hace el honor de prologar la presente obra, el Ilmo. Sr. Dr. D. Ernesto Zaragoza Pascual, presbítero de ascendencia vilera y unido a mí por el parentesco de sangre, ya que a él debo mi amor a la Historia, mi amor a mi propia historia. A él le agradezco sus correcciones, orientación y paciencia, a lo largo de la elaboración sistemática del presente trabajo. 

Así mismo, mi agradecimiento a todos los que han colaborado en esta obra: Doña Agustina Mayor, Don Tomás Sellés, Don Joaquín Valenzuela (ya fallecido), a Doña Josefa Lloret, que ha hecho una aportación documental importantísima sobre los doctores Esquerdo; y otros muchos, que me han hablado sobre La Ermita, me han suministrado datos o simplemente me han animado.

Finalmente, decir que esta primera edición de Una Memoria propia, es posible por el impulso de la Comisión de Fiestas de La Ermita de San Antonio Abad de Villajoyosa. Gracias a su joven ilusión y a su apoyo editorial hoy ve la luz el presente volumen.


Acto de Presentación del libro Una memoria propia, de Juan Antonio Gallardo Valenzuela, presidido por el Sr. Diputado Provincial Don Adrián Ballester. En la foto, Doña María del Rosario Escrig, Don Adrián Ballester, Don Juan Antonio Gallardo, y Don David Cerdán (moderador). 21/09/2012

Aforo completo en la sala Don Pedro, de La Finca "La Barbera" de Villajoyosa
Fuente: lanostravila.blogspot.

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