miércoles, 23 de noviembre de 2011

Las cigüeñas de Guadalest



En el pintoresco pueblo de Guadalest no había niños. La vida transcurría monótona y aburrida. Se echaban de menos las risas y algarabías de antaño, cuando los chiquillos corrían y jugaban alegres y despreocupados entre las gentes del lugar. Las cigüeñas descansaban en lo alto de  los campanarios tranquilas, majestuosas, a la espera... Un pequeño aleteo hacía levantar hacia ellas las miradas con la esperanza de una buena nueva, de un mejor augurio. Sin éxito. 
Nada cambiaba en Guadalest, excepto los viejos. Cada año había más y su estado de lucidez empeoraba. 
—Buenos días señora cigüeña, qué pico más bruñido y reluciente tiene usted hoy —se oyó decir a don Anselmo, víctima de su demencia senil. 
—Aunque la adules, no está en su mano traer niños al pueblo —le decía su hija con cariño, mientras leía el periódico INFORMACIÓN, su único contacto con el mundo exterior.
Fuente: DiarioInformación

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